El artículo en cuestión se ha publicado en varios blog y ha repercutido en algún medio de comunicación. Soy de los que piensan que el debate de ideas en los medios tiene para ellos, egoístamente, una cierta repercusión social. Personalmente me hubiera gustado que ese debate se hubiera dado en nuestro digital.
Creo que la publicación de estos debates de forma organizada, no contradice las posiciones políticas que nuestro partido adopta, más cuando nos encontramos inmersos en un proceso de convergencia política y social al que queremos sumar a sectores de la sociedad conscientes y avanzados.
Como hemos dicho muchas veces, en MO se publica lo que otros medios no publican y esto deber seguir siendo así, a pesar de la cuestión que nos ocupa. Mucho se ha avanzado en la comunicación de las ideas y posiciones del PCE, nuestra web recoge la posición oficial, queda a nuestro diario digital la pluralidad de opinión y agilidad de la actualidad y nuestra edición impresa la noticia desarrollada y los artículos en profundidad dada su periodicidad mensual, hemos venido trabajando sobre la idea de un MO a caballo entre organo de difusión de las politicas del PCE y un periódico alternativo capaz de dar respuesta a las necesidades informativas de la izquierda que queremos representar.
Con estos criterios, durante estos últimos años se ha ido constituyendo un equipo plural y diverso con el objetivo de potenciar Mundo Obrero, tanto en su versión digital como impresa, todas y todos los colaboradores lo hacen de forma militante (no perciben ningún emolumento como tampoco el director en situación de desempleo), realizando un esfuerzo a veces titanico (dentro de las cirscuntacias de cada uno y una), especialmente de los camaradas que trabajan para comunicación, para que cada día y cada número mejore y nos acerquemos a la realidad politica y social en la que queremos intervenir, desde aqui les quiero agradecer el apoyo a MO y al PCE, así como a este humilde director, uno más de ese equipo.
Por todo ello, dicho artículo, la nota sobre el tema de la secretaria de programa y las notas críticas a la misma que nos han hecho llegar, quedan publicadas en este blog, para que se vea todo en el contexto general.
Ecologismo y transgénicos: una
propuesta desde la izquierda.
Juan Segovia. Militante del PCA e IU-Andalucía, miembro del grupo
promotor del Área de Ciencia de IU-
Parece haber
una guerra abierta del movimiento ecologista en general y de los partidarios de
la “agricultura ecológica” en particular contra una tecnología conocida como
ingeniería genética, y más concretamente contra los organismos genéticamente
modificados, los famosos transgénicos. Los enemigos de esta tecnología
sostienen que dichos organismos son potencialmente peligrosos para el medio
ambiente y el consumo humano y que su producción lleva al agricultor a perder
control sobre sus productos en favor de multinacionales como Monsanto.
En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados (entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario, como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad de Córdoba.
En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados (entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario, como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad de Córdoba.
En cuanto al tema de la dependencia tecnológica de multinacionales, debemos recordar que la agricultura mundial ya dependía de estas mismas multinacionales antes de que existieran los transgénicos y por lo tanto estos no pueden ser nunca la causa de esta dependencia. No se trata de estar en contra de esta tecnología como forma de oponerse a las multinacionales, de la misma forma que nuestra lucha contra los abusos de Microsoft o Apple no nos llevan a estar en contra de la informática sino a apostar por el software libre y gratuito. De la misma forma, en agricultura deberíamos apostar por algo parecido, un sistema público de desarrollo de esta tecnología que permita al agricultor acceder a la misma libremente, reduciendo o eliminando la actual dependencia con las multinacionales. Un camino que ya han iniciado muchos países, como Cuba, donde el estado financia la investigación sobre semillas transgénicas que posteriormente llegarán a los agricultores a precio de semillas corrientes. Gracias a esta tecnología, Cuba ha comenzado a cultivar un maíz resistente a la principal plaga de la isla, reduciendo su dependencia del maíz de importación y por lo tanto mejorando su soberanía alimentaria.
Sin embargo, el análisis básico de los ecologistas sobre el modelo agrícola actual es sustancialmente correcto: El sistema de explotación capitalista de la agricultura es un modelo insostenible desde el punto de vista medioambiental que está generando numerosos problemas como la erosión y pérdida del suelo, la contaminación de ríos y acuíferos por culpa de los abonos nitrogenados inorgánicos y de pesticidas, pasando por la desecación de esos mismos acuíferos, la generación de residuos sólidos, la deforestación de grandes zonas de selva tropical para obtener tierras de labor, etc. A todo esto debemos sumar que el actual modelo agrícola es socialmente injusto por que dificulta la supervivencia a los pequeños agricultores y favorece que a las multinacionales acaparar cada vez mayor parte del pastel; haciendo que los pueblos sean cada vez más dependientes de estas compañías y convirtiendo la alimentación en un producto para especular en lugar de un Derecho Humano con el criminal resultado de que millones de personas mueran de hambre. no por la falta de producción de alimentos sino a causa de esa especulación que tan vilmente enriquece a unos pocos.
Frente a este modelo, la respuesta ha sido la agricultura mal llamada ecológica u orgánica, cuyos heterodoxos planteamientos pueden ir desde posturas más o menos basadas en propuestas racionales que se apoyan en investigaciones científicas serias hasta en las ideas metafísicos de ciertos grupos, amantes de concepciones esotéricas sobre “lo natural” que defienden la vuelta a un supuesto pasado idílico en el que vivíamos en “armonía con la naturaleza”. Si bien de los planteamientos de estos últimos poco se puede sacar de utilidad, lo cierto es que gracias a los primeros tenemos conceptos tan valiosos como el de lucha integrada contra las plagas, la combinación de cultivos para aumentar la resistencia frente a enfermedades, el compostaje, la protección del suelo mediante setos y/o técnicas de laboreo adecuadas y otras propuestas que suponen una valiosa contribución a un futuro modelo de agricultura sostenible que garantice el derecho de la humanidad a una alimentación sana y de calidad.
Muchos de los defensores de la tecnología transgénica califican a la agricultura
ecológica de anticientífica y a sus partidarios de tecnófobos radicales que
rechazan irracionalmente el avance tecnológico. Postura esta última irracional,
absurda e insostenible, ya que si bien es cierto que dentro de este movimiento
hay mucho new age pasado de peyote; lo cierto es que, como reza el dicho, no
todo el monte es orégano y agricultores ecológicos hay de muy diverso pelaje:
desde luditas radicales a simples agricultores convencionales que ven una
oportunidad de conseguir con la moda de "lo orgánico" mejores
mercados y un precio más justo por su producto. No obstante, la mayoría de
ellos comparten una preocupación genuina por el medio ambiente y la búsqueda de
un modelo agrícola alternativo que sea medioambientalmente sostenible y que garantice
la soberanía alimentaria de los pueblos. Algo con lo que desde un planteamiento
de izquierdas difícilmente puede estarse en contra.
Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden competir ni de lejos en producción con las de la agricultura tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene futuro gracias a un sector de la población que posee dos características muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible, sino solamente que en su producción no se han utilizado productos químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva Zelanda sin productos químicos de síntesis y transportados a Europa por avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica debida a ese transporte por avión sea posiblemente muy superior a la de cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.
Debemos entender que la actual agricultura ecológica no es hoy en día una alternativa, sino una parte más del modelo capitalista de explotación agrario, que con el marketing de la defensa de "lo natural" tiene como público objetivo a las clases más pudientes de dicho sistema. Plantear una batalla agricultura ecológica contra convencional carece de sentido pues ambas se encuentran integradas en el modelo de mercado capitalista, cada una dirigida a grupos de consumidores diferentes, uno más generalizado y el otro más especializado y pudiente. Frente a esto debemos plantearnos un modelo de producción agraria diferente que sea realmente sostenible para el planeta, que permita garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos y una buena calidad de vida al agricultor, y que al mismo tiempo proporcione alimentos de calidad a un coste asequible para cualquier persona. Un modelo así requiere tener en cuenta una gran cantidad de factores, desde los sociales y económicos relacionadas con los medios de producción y la propiedad de la tierra hasta los relacionados con los métodos de producción, como las técnicas de cultivo para emplear o la selección de plantas adecuadas. En este modelo sostenible los transgénicos son una herramienta agrícola más que contribuyen con semillas más resistentes tanto a enfermedades y plagas como a sequías o heladas. Desde esta perspectiva basada en el concepto de producción integrada sostenible, la soberanía alimentaria de los pueblos y la consideración del derecho a comer como un derecho humano fundamental que debe ser garantizado por los poderes públicos mundiales, los cultivos transgénicos son perfectamente compatibles con los planteamientos ecologistas, pudiendo convertirse en una tecnología extremadamente valiosa en la consecución de esos objetivos.
Apuesta del PCE por la soberanía alimentaria: la
cuestión es la planificación de la producción-distribución-consumo
Secretaría
Programática PCE / 29 oct 13
Desde el
Partido Comunista de España se ha venido apostando por la Soberanía
Alimentaria, tal como recogen sus aportaciones programáticas a la Conferencia
Política del PCE que se celebró en 2012.
Y en esa línea analizábamos, desde la Secretaría Federal de Programa, que el modelo alimentario actual no resuelve la falta de acceso a alimentos en cantidad y calidad suficiente, sino que por el contrario lo agrava. En este momento, en el que convergen no solo crisis económica, sino también ambiental y alimentaria, es imprescindible y más urgente que nunca reclamar la planificación democrática de la economía y nuevas formas de participación obrera en relación a los medios de producción, teniendo en cuenta la disponibilidad de recursos y haciendo un cambio significativo que pase por desplazar el punto de partida de la producción desde las políticas de oferta y planear la organización social y económica desde la perspectiva de las políticas de demanda, que contemplen la satisfacción de necesidades de las sociedades que habitan los territorios y planifiquen la economía en función de esas necesidades y en función de los recursos materiales y territoriales disponibles. De esta forma, abordar la cuestión de la crisis alimentaria desde perspectivas socialistas pasa inevitablemente por abordar e incorporar la cuestión de la soberanía alimentaria. Por otra parte, señalar que en la esfera de la producción de alimentos, el capitalismo ha generado fuertes desigualdades sociales y territoriales y ha producido fuertes focos de contaminación en el planeta. Desde que la revolución verde llegara en los años 50 para extender el uso de agroquímicos en la agricultura mundial, se ha producido un fenómeno global no sólo de uso de sustancias químicas (con un elevado impacto sobre la salud y el planeta), en forma de fertilizantes y pesticidas en los cultivos, sino también un fenómeno de concentración de la tierra y la generalización del uso intensivo del territorio en grandes superficies de monocultivo, lo que ha producido una pérdida de diversidad de especies vegetales comestibles autóctonas y pérdidas de diversidad local, así como una merma de los bancos de semillas por el uso de monocultivo a través del uso de transgénicos y agrocombustibles, lo que ha provocado una pérdida considerable del poder las comunidades campesinas sobre lo qué comen y como lo producen, alejándose de aquello que defendemos: la soberanía alimentaria. Todo ello se agrava con la división internacional del trabajo y el diseño del capitalismo global, que ha generado una política de acumulación de territorio a través de conflictos armados y desplazamiento de comunidades campesinas y ha construido un modelo de producción de alimentos en países de la periferia en los que se dan focos de exclusión y pobreza, para producir pocas variedades de cultivos, muy especialmente cultivos transgénicos, que se consumirán preferiblemente en los países enriquecidos, en muchos casos para alimentar al ganado o fabricar agro combustibles. Frente a todo esto, la soberanía alimentaria apuesta por la agroecología como forma de producción y consumo. La agroecología se basa en la agricultura que no usa fertilizantes y pesticidas artificiales, es decir, agrotóxicos. Apuesta por un gestión sustentable de la producción agrícola incluyendo la perspectiva de justicia social y trabajo digno y por lo tanto promueve un modelo económico que apuesta por un desarrollo endógeno sobre la base de la gestión de la demanda y la reorganización de la propiedad de la tierra. Es una forma de producir alimentos que se adapta a la realidad territorial y recursos locales y que contribuye al desarrollo de un nuevo modelo productivo, para lo que recupera el valor del trabajo en el sector primario Es imprescindible que las cuestiones que derivan de la soberanía alimentaria vertebren líneas de acción política dentro de nuestro discurso, todo ello insertado en un esquema de planificación democrática de la economía. En esta línea encontramos que organismos como la ONU, muy poco sospechosos de izquierdistas, respaldan la agricultura campesina y la agroecología. Así lo constata el resultado de una exhaustiva consulta internacional impulsada por el Banco Mundial en partenariado con la FAO, el PNUD, la UNESCO, representantes de gobiernos, instituciones privadas, científicas, sociales, etc., diseñado como un modelo de consultoría híbrida, que involucró a más de 400 científicos y expertos en alimentación y desarrollo rural durante cuatro años. Es interesante observar cómo, a pesar de que el informe tenía detrás a estas instituciones, concluía que la producción agroecológica proveía de ingresos alimentarios y monetarios a los más pobres, a la vez que generaba excedentes para el mercado, siendo mejor garante de la seguridad alimentaria que la producción transgénica. El informe del IAASTD (Evaluación Internacional de las Ciencias y Tecnologías Agrícolas para el Desarrollo), publicado a principios de 2009, apostaba por la producción local, campesina y familiar y por la redistribución de las tierras a manos de las comunidades rurales. El informe, por razones obvias, fue rechazado por el agronegocio y archivado por el Banco Mundial. Más recientemente, en septiembre de este año, encontramos nuevo informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) que afirma que la agricultura en países ricos y pobres por igual debería alejarse de los monocultivos para impulsar una mayor variedad de cultivos, reducir el uso de fertilizantes y otros insumos, apoyar más a los agricultores en pequeña escala y a enfocar más localmente la producción y el consumo de alimentos. afirma que los métodos industriales de monocultivo no están situando los suficientes alimentos costeables donde son necesarios, mientras crece y se torna insostenible el daño ambiental provocado por este enfoque ("Wake up before it is too late. Make agriculture truly sustainable now for food security in a changing climate") Y en este modelo agroalimentario que defienden grandes multinacionales tienen un papel central los transgénicos , que lleva a un modelo agrícola de altos insumos, altamente dependiente de decisiones externas, y que quita autonomía al agricultor, lo cual resulta totalmente incompatible con el modelo agroecológico que defendemos. La producción agrícola con transgénicos, además de no garantizar un verdadero mayor rendimiento, provoca el deterioro y pérdida de la biodiversidad agrícola, y favorece la privatización y control de las semillas. La experiencia internacional, donde la tecnología de los transgénicos no ha solucionado el hambre ni la pobreza, sino que ha servido para agravar los problemas existentes, desplazando la agricultura familiar. Por aclarar las posiciones, desde el PCE jamás se ha renunciado a la ciencia y los avances que conlleva, entendemos siempre que la ciencia, como todo, no es neutral y que depende de la clase dominante, que decide en qué y cómo se investiga. Aún así, reconocemos que, en el caso que nos ocupa, el uso de la tecnología recombinante en microorganismos confinados en reactores ha permitido la elaboración de gran cantidad de medicamentos con un claro beneficio social. Dicho esto, no podemos aceptar el cultivo de especies transgénicas en ambientes no confinados (aire libre). En primer lugar, los transgénicos comercializados hasta ahora no suponen un beneficio social o ambiental. Más bien al contrario. La inmensa mayoría son transgénicos que presentan una o dos de las siguientes características: resistencia al glifosfato y/o producción de la toxina BT contra artrópodos. En el primer caso, ha fomentado el abuso del herbicida, con la consiguiente contaminación de suelos. Ya empieza a haber plantas resistentes al herbicida debido a la alta presión selectiva que produce. Igualmente pasa con la toxina BT. Utilizada como tratamiento ocasional es inocua para animales no artrópodos, controlándose las plagas de forma efectiva y sin contaminación. El hecho de que una planta transgénica esté produciendo la toxina BT durante todo el tiempo genera tal presión selectiva que a la larga es más que probable la generación insectos resistentes, lo que invalidará el uso de esta toxina en el futuro. Asimismo, la OMS advierte en su informe 20 preguntas sobre los alimentos genéticamente modificados : "no es posible hacer afirmaciones generales sobre la inocuidad de todos los alimentos GM". El uso de transgénicos, al estar bajo la patente y comercialización de multinacionales, supone dejar un recurso tan vital como los alimentos en manos de unos pocos. Por tanto genera un oligopolio ajeno al control de los pequeños productores y de los consumidores/ciudadanos en general. Por otra parte, el cultivo de transgénicos en una zona dificulta la producción de cultivos ecológicos en su proximidad, por la dispersión e hibridación del polen. La ciencia y la investigación responden en demasiados casos, lamentablemente, a intereses económicos muy determinados. De hecho es muy difícil encontrar informes científicos independientes que avalen la inocuidad de los transgénicos, siendo la mayoría de carácter confidencial y financiados por las grandes corporaciones transnacionales. Hace unos meses se presentaba triunfante una variedad de arroz que podía servir como "vacuna" frente al rotavirus, causante de alrededor de 450.000 de muertes de niños menores de 5 años anualmente. Este efecto "vacuna" sólo se mantenía mientras se ingiriera de manera regular el arroz (lo que, entre otras cosas, dejaba fuera de las personas potencialmente beneficiarias a las menores de 6 meses). La noticia podría parecer muy interesante, pero si analizamos un poco más allá el propio artículo de la empresa que lo desarrollaba, podemos leer que es un virus relativamente fácil de curar, para el que existe vacuna y para combatir los síntomas es fundamental la rehidratación. ¿Cuál es el problema entonces? la falta de acceso a vacunas y agua en calidad y cantidad suficiente. La respuesta capitalista no es otra que proponer miles de dólares en estudios para venderles a las comunidades empobrecidas un arroz más caro, liquidando de paso los mercados locales. Y ni rastro de inversión en que el agua sea un derecho humano, ni en garantizar planes de vacunación suficientes. Desde el PCE, y junto a otros partidos de la izquierda europea y mundial, así como agentes sociales, entendemos que hay motivos suficientes para pedir la moratoria en el cultivo en espacios no confinados de estos cultivos, en virtud del principio de precaución que recoge la Unión Europea. Y abordar la necesidad de reflexionar sobre un modelo agroalimentario con vocación social y ambiental que responda a las necesidades de la sociedad y no a los intereses de unos cuantos. |
Análisis
crítico de la nota de prensa de la Secretaría Programática del PCE con respecto
a Soberanía Alimentaria y Transgénicos.
El pasado 29 de octubre, en la web del PCE se
publicaba un comunicado titulado "Apuesta del PCE por la soberanía
alimentaria: la cuestión es la planificación de la
producción-distribución-consumo" (1), una especie de respuesta
a la supresión, o censura, del artículo de opinión "Ecologismo y
transgénicos: una propuesta desde la izquierda" del camarada Juan Segovia,
militante del PCA y de IU, que inicialmente había sido publicado en la edición
digital del Mundo Obrero (al ser eliminado colgué el artículo en mi blog (2)).
Quisiera puntualizar que no mantengo ningún tipo de
relación económica con el sector de la biotecnología aplicada a la agricultura,
no estoy a sueldo de ninguna multinacional de la "agroindustria": mi
único sustento es la prestación por desempleo. Aún así, por motivos
personales y académicos me interesa el mundo de la divulgación científica,
hecho por el cual he indagado, a nivel amateur, sobre los distintos aspectos de
los cultivos transgénicos.
En base a estos humildes conocimientos suscribo
totalmente el análisis del camarada Juan Segovia, y con el fin de no exponer en
este escrito mi opinión acerca del tema, me permito la licencia de enlazar los
tres artículos que he escrito en mi blog, donde exploré las implicaciones
tecnológicas, económicas, sociales, sanitarias y medioambientales de los
cultivos transgénicos:
Transgénicos. Parte 1: Agricultura y Tecnología (3)
Transgénicos. Parte 2: Aspectos Socioeconómicos (4)
Transgénicos. Parte 3: Efectos sobre la Salud y el
Medio Ambiente (5)
En cursiva roja escribiré las partes del comunicado
del PCE que más me han llamado la atención, para a continuación hacer los
comentarios pertinentes.
“Desde
que la revolución verde llegara en los años 50 para extender el uso de
agroquímicos en la agricultura mundial, se ha producido un fenómeno global no
sólo de uso de sustancias químicas (con un elevado impacto sobre la salud y el
planeta), en forma de fertilizantes y pesticidas en los cultivos, sino también
un fenómeno de concentración de la tierra y la generalización del uso intensivo
del territorio en grandes superficies de monocultivo, lo que ha producido una
pérdida de diversidad de especies vegetales comestibles autóctonas y pérdidas
de diversidad local, así como una merma de los bancos de semillas por el uso de
monocultivo a través del uso de transgénicos y agrocombustibles, lo que ha
provocado una pérdida considerable del poder las comunidades campesinas sobre
lo qué comen y como lo producen, alejándose de aquello que defendemos: la soberanía
alimentaria.”
La Revolución Verde que tanto denostan en este párrafo
dio de comer a millones de personas en todo el mundo, evitando que murieran de
inanición. Según la FAO, la Revolución Verde puso al alcance de
millones de pequeños agricultores, inicialmente en Asia y América Latina, pero
más tarde también en África, variedades semienanas de trigo y arroz de alto
rendimiento, obtenidas con métodos convencionales de mejoramiento (6).
Es importante recalcarlo dado el carácter humanista de nuestro Partido. Esta
revolución agrícola no hizo aumentar la población en una especie de círculo
vicioso, como sostienen quienes coquetean con las frívolas tesis maltusianas.
La población aumenta o disminuye dependiendo de la riqueza y el grado de
desarrollo de un país, de las políticas de planificación familiar, del nivel
educativo de la población en general, etc… y no de la disponibilidad de
alimentos.
De nuevo, como en la mayoría de los alegatos
antitransgénicos, se vuelve a relacionar la pérdida de especies agrícolas y de
biodiversidad natural con la implantación de los transgénicos. La desaparición
de variedades agrícolas se debe a una cuestión económica, propia del modo de
producción y distribución de productos agrícolas que existe en la actualidad.
¿Acaso la causante de la pérdida de decenas de variedades de papas que había en
Tenerife es la tecnología transgénica inexistente en la isla?
Con respecto a la pérdida de biodiversidad de especies
salvajes debo recordar que ningún tipo de agricultura es natural ni ecológica,
es el resultado de destruir un entorno natural para satisfacer las necesidades
alimentarias de los seres humanos. El bosque que había donde ahora se planta
agricultura ecológica sí era biodiversidad. La agricultura más ecológica es la
que no existe, o por lo menos la que procura destruir la menor cantidad de
ecosistema natural.
Hablar de agrocombustibles y transgénicos como sujetos
con voluntad que impiden la soberanía alimentaria me recuerda a los obreros
luditas del siglo XIX que destruían las máquinas en lugar de a los
capitalistas. La biotecnología agrícola es una herramienta, y como cualquier
tecnología no es buena ni mala en sí: dependiendo de en qué manos esté (de las
multinacionales o del sector público) puede servir para profundizar en
desigualdades e injusticias o para mejorar la calidad de vida de las personas.
“Todo
ello se agrava con la división internacional del trabajo y el diseño del
capitalismo global, que ha generado una política de acumulación de territorio a
través de conflictos armados y desplazamiento de comunidades campesinas y ha
construido un modelo de producción de alimentos en países de la periferia en
los que se dan focos de exclusión y pobreza, para producir pocas variedades de
cultivos, muy especialmente cultivos transgénicos, que se consumirán
preferiblemente en los países enriquecidos, en muchos casos para alimentar al
ganado o fabricar agro combustibles.”
En este comunicado se obvia el papel cada vez más protagonista
que tienen los países pobres en el desarrollo de la biotecnología agrícola como
solución a sus problemas de soberanía alimentaria. Países como Cuba, China,
India, Brasil, Etiopía, a través de potentes organismos públicos, están
investigando y comercializando variedades transgénicas que intentarán ayudar a
paliar la escasez de alimentos causada por plagas, sequías, acidificación del
suelo, etc. (7).
“Frente
a todo esto, la soberanía alimentaria apuesta por la agroecología como forma de
producción y consumo. La agroecología se basa en la agricultura que no usa
fertilizantes y pesticidas artificiales, es decir, agrotóxicos.”
Hay muchas imprecisiones en este párrafo. Se usa el
término agrotóxico como si significara algo. En Educación Secundaria los
profesores de química suelen explicar que algunas sustancias, naturales o
artificiales, pueden ser tóxicas si se consumen por encima de una determinada
cantidad. El agua es tóxica si te bebes 100 litros, la valeriana es tóxica si
te tomas cientos de pastillas, la cicuta no es tóxica si sólo tomas un
miligramo, etc. La palabra agrotóxico sirve para dos cosas, para meter miedo a
la población, y para saber a qué grupo de presión pertenece la persona que la
utiliza.
Para colmo se afirma que los fertilizantes y
pesticidas artificiales son agrotóxicos. Esto atenta contra el sentido común,
es muy desafortunado. Los fertilizantes y pesticidas artificiales, usados según
dicen sus prospectos, NO son tóxicos (obviamente si te bebes un litro de
pesticida es probable que mueras, pero lo mismo pasaría con la lejía o el
compost casero para la huerta).
La agroecología es una práctica que se propone mejorar
la sostenibilidad de los agroecosistemas imitando a la naturaleza, según dice
el Informe del Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación,
Sr. Olivier De Schutter, de 2010 (8). Sin embargo, en ningún lugar del texto el
Relator afirma que "la agroecología no usa fertilizantes y pesticidas
artificiales". Obviamente anima a la reducción de estos productos
sustituyéndolos por procesos naturales. Pero no recomienda su desaparición
total, eso sería asomarnos al abismo de una crisis alimentaria sin precedentes
en nuestra historia. Sobra decir que el informe de la ONU no sostiene que los
fertilizantes y pesticidas sintéticos sean "agrotóxicos". Decir
que la agricultura no debe usar este tipo de productos da a entender que
desconocen el efecto que tuvo sobre la humanidad la puesta en práctica del
proceso de Haber, mediante el cual el nitrógeno atmosférico es captado para
fabricar abonos (¡artificiales!) nitrogenados. En África, la ausencia de
industria de fertilizantes sintéticos condena a muerte a millones de personas,
tengamos un poco de cuidado con lo que pedimos…
Pero el informe de la ONU es revelador en un aspecto,
tan importante que lo transcribo literalmente: "La selección genética de los cultivos y la
agroecología son complementarios. Por ejemplo, mediante la selección
genética se obtienen nuevas variedades de plantas con ciclos más cortos de
crecimiento, lo que permite a los agricultores seguir cultivando en
regiones donde ya se ha reducido la temporada de cosecha. La selección
genética también puede mejorar el nivel de resistencia a la sequía de las
variedades de plantas, lo que constituye un activo para los países en los
que la falta de agua es un factor limitante. Por consiguiente,
la reinversión en la investigación agrícola debe entrañar una labor
constante en el ámbito de la selección genética."
Es decir, biotecnología (transgénicos) y agroecología
son complementarias en la búsqueda del objetivo de una agricultura sostenible.
“En esta línea encontramos que organismos
como la ONU, muy poco sospechosos de izquierdistas, respaldan la agricultura
campesina y la agroecología.”
La ONU y la FAO apuestan por el desarrollo de una
agricultura sostenible. En líneas generales se
trata de aquella que preserva recursos tan frágiles como el suelo y
el agua, reduce al mínimo la destrucción de los ecosistemas naturales, asegura
la producción de alimentos, el bienestar de los agricultores y la
viabilidad de las empresas agrícolas, todo ello a largo plazo y de manera
predecible. (9).
La agricultura sostenible no reniega de la
biotecnología agrícola. Si los cultivos transgénicos, o la agroecología, u
otras formas de agricultura permiten en una región en un momento determinado
alcanzar los objetivos de la agricultura sostenible, bienvenidas sean.
“Y en
este modelo agroalimentario que defienden grandes multinacionales tienen un
papel central los transgénicos, que lleva a un modelo agrícola de altos
insumos, altamente dependiente de decisiones externas, y que quita autonomía al
agricultor, lo cual resulta totalmente incompatible con el modelo agroecológico
que defendemos. La producción agrícola con transgénicos, además de no
garantizar un verdadero mayor rendimiento, provoca el deterioro y pérdida de la
biodiversidad agrícola, y favorece la privatización y control de las semillas.
La experiencia internacional, donde la tecnología de los transgénicos no ha
solucionado el hambre ni la pobreza, sino que ha servido para agravar los
problemas existentes, desplazando la agricultura familiar.”
Esta no debería ser la manera de hacer política del
Partido Comunista, repetir acríticamente, sin evidencias científicas, una serie
de tópicos hasta que los lectores se queden catatónicos. Se vuelve a relacionar
una tecnología (los transgénicos) como indisoluble de una forma de propiedad
(las multinacionales). Hay vida más allá de Monsanto, así lo evidencia la
investigación pública en biotecnología agrícola de los países emergentes.
La razón de ser de los transgénicos, de la tecnología
que modifica sus genes, es la de dotarle de propiedades que mejoren los
rendimientos de las cosechas, aumentando la producción y disminuyendo los
insumos. Las variedades BT no necesitan el uso de pesticidas, las variedades HT
no necesitan del uso de herbicidas agresivos con el medio ambiente. Es
precisamente la reducción de insumos la que hace que los cultivos transgénicos
estén creciendo en el mundo (10).
Lo de la biodiversidad agrícola y natural ya lo
comenté más arriba. En cuanto a la privatización y control de las semillas, no
sé cómo encajan los detractores de la biotecnología agrícola noticias como la
distribución de semillas transgénicas del gobierno cubano a sus
agricultores (11), o del vencimiento de la patente en 2014 del
maíz BT de Monsanto (12).
“Dicho
esto, no podemos aceptar el cultivo de especies transgénicas en ambientes no confinados
(aire libre). En primer lugar, los transgénicos comercializados hasta ahora no
suponen un beneficio social o ambiental. Más bien al contrario. La inmensa
mayoría son transgénicos que presentan una o dos de las siguientes
características: resistencia al glifosato y/o producción de la toxina BT contra
artrópodos. En el primer caso, ha fomentado el abuso del herbicida, con la
consiguiente contaminación de suelos. Ya empieza a haber plantas resistentes al
herbicida debido a la alta presión selectiva que produce.
Igualmente pasa con la toxina BT. Utilizada como tratamiento ocasional es inocua para animales no artrópodos, controlándose las plagas de forma efectiva y sin contaminación. El hecho de que una planta transgénica esté produciendo la toxina BT durante todo el tiempo genera tal presión selectiva que a la larga es más que probable la generación insectos resistentes, lo que invalidará el uso de esta toxina en el futuro.”
Los agricultores que libremente deciden no cultivar
transgénicos están protegidos de los que (libremente también) deciden
cultivarlos. El European Coexistence Bureau (ECoB), dependiente de la Comisión
Europea, tiene establecidas las medidas a seguir para evitar que la mezcla
de cultivos supere el 0,9% de genoma transgénico, a partir del cual se
considera transgénico. La principal es cumplir con una distancia mínima de
confinamiento entre cultivos transgénicos y convencionales. En el caso del maíz
Bt se recomienda una distancia de seguridad de entre 150 y 50 metros para no
superar un 0,9% de mezcla. La distancia aumenta hasta unos 100-500 metros si
queremos que el porcentaje disminuya a menos de un 0,1%, límite por debajo del
cual un producto se considera libre de transgénicos (13). También
existen medidas para evitar la polinización cruzada como pueden ser la
existencia de un perímetro de cultivo no transgénico, obviamente el uso de
invernaderos, otras barreras físicas en el perímetro (muros, árboles, etc.) o
la plantación de cultivos transgénicos con diferente época de floración para
evitar la polinización cruzada.
Gracias al uso del glifosato, un herbicida de amplio
espectro inocuo para la fauna de los agroecosistemas y el ser humano, se ha
evitado el uso de otros herbicidas más tóxicos. Antes no se usaba porque mataba
a la mayoría de las plantas de cultivo, pero el desarrollo de las variedades HT
resistentes al mismo lo han hecho muy popular. A pesar de las leyendas urbanas
que circulan en torno a la toxicidad del glifosato, resulta que está
clasificado en la Categoría de Menor Riesgo Toxicológico (Clase IV), es decir,
productos que normalmente no ofrecen peligro según el criterio adoptado por la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la FAO (14).
La resistencia de malas hierbas a los herbicidas
utilizados no es un fenómeno exclusivo de los transgénicos. Nadie está
descubriendo la pólvora, la resistencia a determinadas condiciones ambientales
forma parte de la evolución de las especies por selección natural. Una buena
manera de evitar la formación de plagas o malas hierbas superresistentes es la
rotación de cultivos, la utilización de diferentes herbicidas al cabo de un
tiempo. Así no se deja que las plagas acaben acostumbrándose y generen
resistencia. Aunque siempre quedará, como en el caso de los antibióticos, la
posibilidad de generar nuevos cultivos resistentes a nuevos herbicidas, o que
segreguen otras toxinas diferentes a las actuales para acabar con las plagas.
Las empresas de biotecnología agrícola disponen de un buen banquillo de genes y
variedades de cultivo dispuestos a dar la batalla cuando sea necesario.
“Asimismo,
la OMS advierte en su informe 20 preguntas sobre los alimentos genéticamente
modificados: no es posible hacer afirmaciones generales sobre la inocuidad de
todos los alimentos GM"
Esta es una frase bastante alarmante, que voluntaria o
involuntariamente generaría miedo entre la población. ¡Claro que no se pueden
hacer afirmaciones generales porque cada variedad transgénica se evalúa por
separado! Lo que nadie puede negar, ni siquiera los camaradas promotores del
comunicado, es que los alimentos transgénicos que finalmente salen al mercado
han pasado por procesos de evaluación que garantizan su inocuidad sobre la
salud humana y el medio ambiente, de tal modo que nunca se ha registrado ningún
caso de intoxicación por consumo de transgénicos (cosa que sí ha pasado por
consumir productos de agricultura ecológica, hablo de muertes (15).
“De
hecho es muy difícil encontrar informes científicos independientes que
avalen la inocuidad de los transgénicos, siendo la mayoría de carácter
confidencial y financiados por las grandes corporaciones transnacionales.”
Me preocupa esa afirmación. Hasta ahora creía que la
comercialización en la UE de productos transgénicos se permitía cuando la
Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA) (16) consultaba
a miembros de toda la comunidad científica sobre la inocuidad de dichos
productos. Supongo que ignorar la actuación de vigilancia de la mayor
institución sobre seguridad alimentaria (no existe otra similar a nivel
mundial) es fruto de un casual desconocimiento, no de una ocultación de
una verdad incómoda para los intereses de los grupos de presión
antitransgénicos.
“Hay
motivos suficientes para pedir la moratoria en el cultivo en espacios no
confinados de estos cultivos, en virtud del principio de precaución que recoge
la Unión Europea.”
En la comunidad científica se usa el principio de
precaución cuando puede haber remotas evidencias de que algo puede llegar a ser
peligroso. Lo que propone en este comunicado es el principio de las
percepciones subjetivas y poco científicas. No responde a las necesidades
reales de los agricultores ni se basa en las conclusiones de las principales
instituciones científicas internacionales, sino más bien acaba estando sin
quererlo al servicio de los productores de agricultura ecológica, a los cuales
les viene muy bien la histeria para aumentar sus ventas entre las clases
medias-altas de un país del primer mundo. Porque el miedo vende, y mucho.
Concluyo sugiriendo que los acertados análisis que el
PCE realiza sobre la cuestión agraria y ecológica debería complementarse con
las aportaciones de la comunidad agrícola y científica, en lugar de asumir
acríticamente los postulados (a veces dogmas) de los grupos antitransgénicos,
que al contrario de lo que parece, poseen numerosos intereses personales,
económicos, de lucro, en todo este asunto. Y no porque estén a sueldo de
Monsanto precisamente.
Desde el PCE debemos enarbolar la bandera de la
agricultura sostenible como la única manera de satisfacer las necesidades
alimenticias de la población, reducir el impacto sobre los ecosistemas
naturales y mejorar la calidad de vida de la población agricultora. Y en esta
lucha cualquier aliado es bienvenido, llámese agroecología o
transgénicos, no olvidemos que en 2050 seremos 10.000 millones de seres
humanos.
Antonio Chamorro Segovia.
Militante del PCE e IU, miembro del Área de Ciencia de
IUC-Tenerife.
TWITTER:
@ChamoAntonio
Notas
(2) http://www.examendenaturales.blogspot.com.es/2013/10/ecologismo-y-transgenicos-una-propuesta.html
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