lunes, marzo 30, 2020

Ya nada será igual

Por su interés reproducimos el articulo de Julio Anguita Excoordinador General de IU y Exsecretario General del PCE publicado en El Economista el dia 26 de marzo de 2020.

 Bastará con que este país se quite la gangrena de la corrupción ...



La pandemia pasará y dejará un rastro de víctimas mortales considerable, al menos para esta parte del mundo nada acostumbrada a tragedias como ésta. Súbitamente, la realidad nos ha mostrado cuán vulnerables somos y cuán vulnerables podemos llegar a ser. Vulnerables como especie imbricada en la dialéctica vida-muerte, de la cual no podemos evadirnos, pero vulnerables también según el tipo de sociedad en la que estamos viviendo.

En la Edad Media histórica, plagas, epidemias y pandemias era asumidas como señales inequívocas del castigo divino. La Ilustración primero, los avances de la ciencia y la técnica después, aunados por las revoluciones y cambios socioeconómicos posteriores, condujeron al reconocimiento universal de los DDHH y del llamado Estado del Bienestar. La muerte seguía siendo inevitable pero la vida era un bien en sí mismo y como tal había que cuidarlo, potenciarlo y hacerlo cada vez más duradero en el tiempo y en la calidad del mismo. La vida como bien personal, pero también y a la vez, como proyecto social compartido, se erigió en el centro de la cosmovisión filosófica, social, cultural y política. Este giro copernicano conllevaba falta de perspectiva de incalculables consecuencias: el ser humano, auto-coronado como rey de lo existente, usaba y abusaba de la base que lo sustentaba y de la que formaba un todo indisoluble: la Naturaleza

El neoliberalismo globalizador y su mística del crecimiento sostenido, la rentabilidad dineraria y el Estado mínimo, estableció una cosmovisión de incalculables y dañinas consecuencias: la vida era, en resumen, un gigantesco libro de asiento en el que el "debe" y el "haber" en términos monetarios, constituían el ideal de vida. El Índice de Desarrollo Humano (educación, sanidad, derechos sociales y calidad de vida (IDH) era preterido en favor del Producto Interior Bruto (PIB). El Estado fue presentado como una rémora que debía ser reducido a la menor expresión posible, En consecuencia, el Estado quedaba reducido a su función coercitiva y a aquellas tareas que la iniciativa privada no veía como rentables.

Fue la época de las privatizaciones de los servicios públicos (los rentables, claro), de las instituciones financieras públicas, de las empresas públicas (también rentables), etc. El canto a la iniciativa privada llegaba al paroxismo, la condena a la imposición fiscal progresiva era el mantra de los privilegiados que entonaban también los beneficiados por ella, pero abducidos por el discurso oficial. Sin llegar a los extremos de EEUU en la que el loser (perdedor) es el culpable de su situación, aquí -en nuestra piel de toro- el que no ascendía por el cuerno de la abundancia era el único responsable de su situación. Es decir, víctima de sus propios errores e incapacidades. Exactamente lo mismo que en la Edad Media. Pero volvamos al hoy. Hospitales públicos casi colapsados, gravísima situación económica potenciada y aumentada por la pandemia, Ejército y Cuerpos de Seguridad del Estado volcados en el servicio público, un Estado que ha puesto sobre la mesa una cantidad de millones de euros equivalente al 20% del PIB y una ciudadanía que, salvo alguna minoría, está demostrando su capacidad de espíritu cívico y, sobre todo, el potencial que podría desarrollar si alguna vez quisiera cambiar la cosas.

No, después de esta pandemia las cosas no pueden seguir igual. La Banca debe devolver lo que no es suyo, el Estado debe fortalecerse para encauzar la marcha de la economía y asumir sus obligaciones públicas. Las fuerzas políticas y sindicales deberán recuperar su capacidad de colaboración y de disenso en torno a cuestiones concretas al servicio de la mayoría. Y la ciudadanía deberá recordar estos hechos a la hora de luchar y votar en favor de políticas públicas. o de afrontar los retos que vienen: cambio climático y crisis económica profunda. Y por último, visto lo escandalosamente visto, ¿para qué sirve la Monarquía?

No hay comentarios: