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Un golpe tipo ‘Kill Bill’ al capitalismo // Slavoj
Žižek
La actual propagación de la epidemia de coronavirus ha desencadenado a su
vez vastas epidemias de virus ideológicos que yacían latentes en nuestras
sociedades: noticias falsas, teorías conspiratorias paranoicas, explosiones de
racismo, etc.
La necesidad de cuarentenas, bien fundamentada médicamente, ha encontrado
un eco en la presión ideológica para establecer fronteras definidas y poner en
cuarentena a enemigos que supongan una amenaza para nuestra identidad.
Pero quizá otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá y con
suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una
sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma
en la forma de la solidaridad y la cooperación global.
Se suele oír hoy la especulación de que el coronavirus puede dar lugar a la
caída del gobierno comunista chino, de la misma manera que (como el mismo
Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernóbil fue el evento que desencadenó el
fin del comunismo soviético. Pero hay una paradoja en esto, el coronavirus
también nos obliga a reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la
gente y la ciencia.
En la escena final de Kill Bill: Volumen 2, de Quentin Tarantino,
Beatrix derrota al malvado Bill y le asesta la “técnica de los cinco puntos
para explotar un corazón”, el golpe más mortífero de todas las artes marciales.
El movimiento consiste en una combinación de cinco golpes con la punta de los
dedos en cinco lugares distintos del cuerpo del enemigo. Cuando el herido
retrocede y da cinco pasos, su corazón explota dentro de su cuerpo y este cae
irremisiblemente muerto al suelo.
Este ataque es parte de la mitología de las artes marciales, y
evidentemente imposible de realizar en el combate real cuerpo a cuerpo. Pero,
en la película, después de que Beatrix lo ejecute, Bill hace las paces
calmadamente con ella, da cinco pasos y muere…
Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo que pasa entre
el momento del golpe y el momento de la muerte. Puedo mantener una conversación
con normalidad mientras me quede tranquilamente sentado, pero en todo momento
soy consciente de que en el instante en que empiece a caminar, mi corazón
explotará y yo moriré.
¿No es parecida la idea de aquellos que especulan sobre cómo el coronavirus
puede suponer la caída del gobierno comunista chino? Como si fuera alguna clase
de “técnica (social) de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al
régimen comunista del país; las autoridades pueden sentarse, observar y
tramitar formalidades como las cuarentenas, pero cualquier cambio real en el
orden social (como confiar en la gente) resultará en su ruina.
Mi modesta opinión es mucho más radical. La epidemia de coronavirus es una
especie de “técnica de los cinco puntos para explotar un corazón” dirigida al
sistema capitalista global. Una señal de que no podemos continuar por el camino
que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario.
Triste realidad: necesitamos una
catástrofe. Hace años, Fredric Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico de
las películas sobre catástrofes cósmicas (un meteorito que amenaza la vida en
la Tierra o un virus acabando con la humanidad). Semejantes amenazas globales
dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues nuestras pequeñas diferencias
se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una
solución. Y aquí estamos, en la vida real. La cuestión no está en disfrutar
sádicamente la expansión del sufrimiento en tanto sirve a nuestra causa, por el
contrario, la cuestión es reflexionar sobre el triste hecho de que necesitemos
una catástrofe para ser capaces de repensar las características básicas de la
sociedad en la que vivimos.
El primer modelo, vago aun, de semejante coordinación global es la
Organización Mundial de la Salud; de la cual no estamos recibiendo las típicas
sandeces burocráticas, sino advertencias precisas anunciadas sin pánico.
Organizaciones como esta deberían tener más poder ejecutivo.
Los escépticos han ridiculizado a Bernie Sanders por su defensa de la
cobertura universal de la sanidad pública en EE.UU., pero ¿no nos enseña el
coronavirus la lección de que necesitamos incluso más que esto?, ¿de que
deberíamos empezar a crear alguna clase de red de sanidad pública GLOBAL?
Un día después de que Iraj Harirchi, viceministro de salud en Irán, diera
una rueda de prensa restándole importancia al coronavirus y asegurando que las
cuarentenas masivas no eran necesarias, hizo una breve declaración en la que
informaba de que él mismo tenía el coronavirus y que iba a aislarse una
temporada (ya desde su anterior aparición en televisión había dado muestras de
fiebre y debilidad). Harirchi añadió: “Este virus es
democrático, y no distingue entre pobres y ricos, entre hombres de Estado y
ciudadanos corrientes”.
En esto tenía razón, estamos todos en el mismo barco. Es difícil no darse
cuenta de la tremenda ironía de que aquello que nos empuja a unirnos y a abogar
por la solidaridad global se manifiesta en el día a día a través de estrictos
mandatos de evitar la cercanía y el contacto o incluso del
autoaislamiento.
Y no solo estamos lidiando con amenazas virales, podemos ver en el
horizonte toda otra clase de catástrofes que se avecinan, o que directamente ya
están ocurriendo: sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc. En todos
estos casos, la respuesta adecuada no es el pánico, sino la acción urgente de
establecer alguna clase de coordinación global y eficiente.
¿Solo estaremos seguros en la realidad
virtual? El primer espejismo que hay que despejar es aquél formulado por el
presidente de los EE.UU., Donald Trump, durante su reciente visita a la India,
donde dijo que la epidemia decrecerá rápidamente y que no tenemos más que
esperar al pico de contagios y luego la vida volverá a la normalidad.
Contra semejantes esperanzas de una fácil solución, lo primero que debemos
aceptar es que la amenaza está aquí para quedarse. Incluso si esta ola
retrocede, reaparecerá bajo nuevas formas, quizá aún más peligrosas.
Por esta razón, podemos esperar que las epidemias de virus afectarán a
nuestras interacciones más elementales con la gente y los objetos que nos rodean,
incluyendo nuestros propios cuerpos: evitar tocar cosas que pueden estar
(invisiblemente) contaminadas, no apoyarse en pasamanos, no sentarse en baños o
bancos públicos, evitar abrazar o dar la mano a la gente. Quizá incluso nos
volvamos más cuidadosos de nuestros gestos espontáneos: no tocarse la nariz o
frotarse los ojos.
Así que no se trata solamente de que nos controle el Estado u otras
instituciones similares, debemos también aprender a controlarnos y a
disciplinarnos nosotros mismos. Quizá solo llegue a considerarse segura la
realidad virtual, y moverse libremente al aire libre esté únicamente permitido
en las islas poseídas por los ultrarricos.
Pero incluso aquí, en el nivel de internet y la realidad virtual, debemos
ser conscientes de que, en las últimas décadas, los términos ‘virus’ y ‘viral’
han sido principalmente usados para hacer referencia a amenazas digitales que
infectan la red y de las cuales no somos conscientes hasta que se desencadena
su poder destructivo (el poder de destruir nuestros datos y nuestros discos
duros). Lo que ahora vemos es un regreso masivo al significado original y
literal del término virus. Las infecciones virales actúan codo con codo en
ambas dimensiones, real y virtual.
El regreso del animismo capitalista Otro extraño fenómeno
que puede observarse en esta situación es el regreso triunfante del animismo
capitalista, esto es, el tratar fenómenos sociales, como mercados o capital
financiero, como si de organismos vivientes se tratase. Si se leen los grandes
medios de comunicación, la impresión que se tiene es la de que lo que debería
preocuparnos son los “mercados poniéndose nerviosos” y no los miles de personas
que han muerto y los miles que aún quedan por morir. El coronavirus está
quebrantando cada vez más el funcionamiento fluido del mercado mundial, y,
según dicen, el crecimiento económico caerá alrededor de un dos o un tres por
ciento.
¿Acaso no es todo esto una clara señal de que necesitamos una
reorganización de la economía global para que deje de estar a merced de los
mecanismos del mercado? Por supuesto, no estamos hablando aquí de comunismo de
viejo cuño, sino simplemente de alguna clase de organización global que pueda
regular y controlar la economía, así como limitar la soberanía de los Estados
nación cuando sea necesario. En otros momentos los países han sido capaces de
hacerlo frente a la amenaza de la guerra, y ahora todos nosotros nos estamos
encaminando hacia un estado de guerra médica.
Además, no deberíamos tener miedo en reconocer en la epidemia algunos
efectos secundarios potencialmente beneficiosos. Uno de los símbolos de la
epidemia son las imágenes de pasajeros atrapados (en cuarentena) en enormes
cruceros, lo cual me tienta a decir que se trata del fin de la obscenidad de
semejantes barcos. Simplemente debemos tener cuidado de que desplazarse a islas
lejanas o a otros lugares de vacaciones no se convierta de nuevo en el
privilegio de unos pocos ricos, como pasaba hace décadas con viajar en avión.
El coronavirus ha afectado seriamente también a la producción de coches, lo
cual no es tan malo, en la medida en que puede inducirnos a reflexionar sobre
alternativas a nuestra obsesión por los vehículos individuales. Y la lista
sigue y sigue.
En un discurso reciente, el primer ministro húngaro Viktor Orban ha dicho: “No existe tal
cosa como un liberal. Un liberal no es más que un comunista con un diploma”.
¿Y si la realidad fuera al revés? ¿Y si llamásemos “liberales” a aquellos
que se preocupan por nuestras libertades, y “comunistas” a aquellos que saben
que solo podremos salvar tales libertades a través de cambios radicales en un
capitalismo global que se aproxima a su propio colapso? Entonces deberíamos
decir que aquellos que se reconocen a sí mismos como comunistas son liberales
con un diploma, liberales que han estudiado seriamente por qué nuestros valores
liberales están bajo amenaza y que se han dado cuenta de que solamente un
cambio radical puede salvarlos.
Traducción de Marco Silvano.
Fuente: https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/
Fuente: https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/
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